viernes, 26 de agosto de 2016

Soy mi propia Obra de Arte

En uno de esos ratos en que la casa queda en silencio apareció en mi mente la pregunta de por qué me había interesado en el coaching. Es llamativo, porque si bien la existencia de esta disciplina es totalmente novedosa para mí y además, si debo confesar, encontré sobre ella de casualidad navegando en Internet y buscando otras cosas que, si bien se referían a búsquedas introspectivas, superación personal y temas similares, no partía de ninguna referencia previa sobre el coaching

Pero como bien digo: ahí andaba yo buscando, indagando y preguntando sobre introspección, superación personal, auto-conocimiento, regulación de las emociones, educación emocional, inteligencia emocional, programación neurolingüística y... el agua lo trajo a la orilla. 


La idea me atrajo tanto que decidí indagar un poco más, descubriendo cada día cosas nuevas que no dejan de sorprenderme. 


Y es que esto es para mí algo diferente de un interés pasajero, muy diferente. Esto es para mí un lugar de confluencia, un arribo, un secreto descubierto luego de una ardua búsqueda: la búsqueda de mí misma. 
Imagen tomada de Google
De repente vino a mi mente mi imagen en el espejo, la imagen de una Mónica de no más de catorce años mirándose a sí misma, intentando encontrarse en su reflejo mientras se peinaba para ir a la escuela. 

Recuerdo su angustia al intentar encontrarse a sí misma en medio del torbellino que significaba para ella la adolescencia, la crisis de identidad, el desgano, la sensación de no saber quién es, qué quiere, a dónde va, la necesidad de encontrarle un sentido a la vida que vaya más allá de lo cotidiano, la necesidad de saber el para qué de todo. Una Mónica luchando contra su deseo de no-ser, de no-estar, mirándose a sí misma a los ojos fijamente y diciéndose con firmeza: "Yo soy mi propia obra de arte, puedo ser lo que yo quiera, puedo convertirme en lo que yo quiera... la vida está apenas comenzando y yo decido buscar la mejor versión de mi misma en cada paso". 

Les debo la textualidad, pero les aseguro que el entrecomillado guarda en su interior la esencia de aquél pensamiento. Y cada vez que algo me agobiaba, que algo parecía no encajar o me llenaba de angustia, soledad, confusión o desconcierto repetía como un mantra: "soy mi propia obra de arte". 

Así seguí, caminando por ese callejón oscuro que me significaba el descubrimiento de mi ser-yo-misma, escribiendo, escribiéndome, reescribiéndome, hablando de mí misma en tercera persona, proyectándome en otros, odiándome en los otros, amándome en ellos, encontrándome en ellos, descubriendo respuestas debajo de las piedras y, sobre todo, aprendiendo que las respuestas están todas allí, al alcance de la mano, solo basta hacerse las preguntas correctas. 

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